Leamos el universo; sigamos nuestro camino en el cosmos.

A través de los años he podido alejarme de los sentimientos desesperados, buenos o malos, aquellos que gritan, que nos dan ansiedad, aquellos que toman el control. Ocurrió así toda mi vida, hasta que me encontré con el universo. Algunos usan a Dios, de hecho, un poco copié esa frase particular y enigmática que muchos se atribuyen cuando lo encuentran. Mis respuestas nunca estuvieron en Dios, porque en Dios hay incongruencia e interferencia humana. Y no se trata meramente de ese ente omnipresente, sino que vivimos un mundo de información, y aunque parezca lo contrario, todo lo podemos saber si leemos a muchos otros, y si contrastamos las evidencias, los dichos, las leyendas. 

No es para nadie un secreto que las mayores religiones que se practican hoy en el mundo nacieron en un solo continente, en el Medio Oriente de Asia. No se trata de una extensión territorial apabullante, tan sólo una pequeña esquina geográfica. El islam, el judaísmo y el catolicismo nacieron ahí, en un lugar emblemático cerca del Mar Mediterráneo. Allí, algunos siglos atrás, parecía estar la mayoría de la población mundial, o al menos, la más importante. Digo la más importante porque las regiones del mundo importan más o menos dependiendo de quién eres y que momento se está viviendo, así como cuando el mundo llora Notre Dame pero no un atentado en Sri Lanka, pues París es simplemente más importante. Y así lo eran los territorios aledaños al Mar Mediterráneo, de manera que no mucho a cambiado. 

Tan poco diferente era aquel mundo, que aquellos que deseaban conquistar tuvieron sus profetas. Hacia el norte se expandió Jesucristo, hacia el sur Mohammed y Abraham, y con estos nombres consolidaron imperios. Es realmente tan simple como eso. Estos nombres buscaron dividir, estigmatizar, ordenar. No estoy hablando por supuesto de los hombres en cuestión, sino de lo que se hizo con sus leyendas; la religión ha sido siempre un canal para controlar territorios, controlar culturas, y por supuesto impedir que cierta gente se mezclara con la tuya, impedir que ciertas ideas de otras religiones influyeran y penetraran la tuya. Un imperio siempre a querido el control, y la religión no es más que una herramienta para eso. Yo hace algunos años entonces, con estas verdades en el rostro, decidí mirar hacia otro lugar, y ese único lugar, unísono en su verdad, y sin querer controlarme, es el universo. 

Las estrellas, lejanas al tiempo y las narrativas humanas, han contado por sí solas ésta historia. Claro que hizo falta el ser humano que observó, y con evidencias escribió los cielos. No lo hubiésemos podido saber solos, pero hoy lo sabemos, más que nunca en la historia de la humanidad, sabemos la verdad que encierran las estrellas; todos sus elementos químicos y sus procesos de existencia están en nuestro suelo y nuestro cuerpo. Esa, y la realidad del universo toda y de su funcionamiento sin intenciones, nos cuenta todos los días lo que hacemos aquí; existir como probabilidad, como criatura aledaña, como un desliz en el espacio-tiempo. La ciencia no dio ninguna narrativa específica, tampoco quiso consolidar imperios a través de sus descubrimientos. La ciencia tan solo ha sido una herramienta, un traductor, de todo lo que nos grita el universo.

Sin embargo, aún hoy día, vivimos con ésta tendencia a ignorar el universo. Una evidencia obvia y cercana de esto es seguir llamando a la estrella que orbitamos aún en base a mitología griega; sol por el Dios Hếlios. Tenemos la certeza de que por las noches miramos las estrellas, pero decimos que en el día vemos el sol, cuando en esencia de noche vemos las estrellas lejanas y en el día tenemos el privilegio de mirar (y sentir) la estrella más cercana a nuestro planeta. Cómo percibimos las cosas a nuestro alrededor cambia mucho las cosas. Por ejemplo generalmente como sociedad, también reconocemos que nuestro planeta tierra está en una muy privilegiada posición dentro del sistema solar. Sabemos que no estamos tan lejos de nuestra estrella como para congelarnos, ni tan cerca como para quemarnos, esto es bien sabido. Sin embargo no creo que sepamos reconocer que nuestro sol pertenece de hecho a los tipos de estrella mas prolíficas y estables en el universo; las estrellas medianas. Estable es una manera de decirlo, no hay nada estable en una estrella, pero esto también cambia mucho las cosas.

No solo orbitamos el sol desde el sitio más estable del sistema solar, sino que dentro de nuestra galaxia también nuestro sol pertenece al tipo de estrella más estable, aquella con elementos suficientes para quemar combustible de una manera gradual y calmada durante alrededor de diez mil millones de años; una estrella gigante por el contrario, a penas se tarda unos treinta y dos millones de años para consumir todo su combustible, además de ser tan masiva que nada sobrevive cerca de ella, “tragándoselo” todo. Una estrella pequeña, en el otro extremo, puede existir entre doscientos mil millones y un billón de años, las más longevas, sí, pero que flotan sutilmente como un “fracaso” en el cosmos, incapaces de nutrir su espacio con elementos suficientes para el desarrollo de un sistema solar, dando paso a planetas que intenten el experimento de la vida. 

De manera que no estamos aquí por haber tenido suerte, tal término establece a priori que hay escenarios peores en los que pudiésemos existir, cuando la realidad es que no hay ningún otro tipo de estrella que pudiese crear las condiciones adecuadas para desarrollar vida como la conocemos más que las estrellas medianas. En todo caso estaríamos en alguna otra estrella mediana, en algún otro punto de nuestra galaxia, pero el escenario hubiese sido más o menos el mismo; si hemos de existir en el punto habitable para la especie humana, igual estaríamos en atmósferas ricas en oxigeno, dentro de un planeta no demasiado hirviente ni demasiado congelante. La vida como la conocemos no hubiese podido existir dentro de otros parámetros, en cualquier otro planeta que nos hubiese tocado, igual hubiésemos necesitado chimeneas de dióxido de carbono desde masivas cadenas de volcanes creándonos una atmósfera, e igual hubiésemos necesitado evaporación de océanos, y todo lo ya evidente dentro de la ciencia geológica que permitiera lo que tenemos hoy en el aquí y ahora.

Lo que quiero decir, y lo que realmente es obvio, es que no hubiésemos podido existir al rededor de una estrella demasiado pequeña o demasiado grande, estamos aquí porque éste es el más prolífico escenario del universo, y esa proliferación reside, si uno mira detenidamente, en precisamente contar con la más imparcial distribución de elementos químicos al momento del nacimiento. Cuando nuestro sol era una proto-estrella (una contraída masa de gas; el estado primario de la formación de todas las estrellas) no había exceso de elementos para un resultado demasiado caótico, ni escasez de los mismos para que no pasara nada. Los seres humanos fallamos en ver dónde hemos florecido en el cosmos; partimos de la estabilidad y la neutralidad, tenemos el mejor asiento desde el cual mirar el espectáculo del universo. 

Otro hecho relevante, es que nuestro planeta tierra por sí solo también sobrevivió como habitable gracias a un impacto, que le dejó en un eje diagonal, dando lugar a las estaciones. No fue un impacto demasiado fuerte para destruirnos o sacarnos de curso, ni un impacto demasiado débil para que la tierra careciera de revoluciones. A veces fallamos, insisto, en ver ésta maravillosa linea de exactitud, nos consternamos en la vida cuando el universo nos devela la historia sin darnos cuenta todos los días, nuestro mañana ya está sucediendo, está en curso. Una pérdida irreparable se establece en el pasado en el que obtuvimos un algo, un alguien. Es como si viviésemos dentro de un cuarto de cuatro paredes, y ahí dentro podemos ser quienes queramos, y jugar con las posibilidades y las probabilidades, pero esos parámetros inamovibles establecidos están, esas cuatro paredes donde las reglas son claras.

La religión nos ofrece una respuesta, una mirada ante la vida, un abanico de utilizables perspectivas para vivir la vida. El universo hace lo propio, pero no es una creación humana. No hay tergiversación, no hay leyenda, no hay mito. Hay una realidad inamovible que no se “adapta” a los tiempos, que no cambia el discurso de acuerdo a políticas eficaces para ganar adeptos. El universo no quiere adeptos, no quiere consolidar imperios, no quiere nada. Está, existe. Una vez le escuché a Carl Sagan una frase que cambió mi percepción de la existencia; “si deseas hacer un pastel de manzana desde el principio, primero debes inventar el universo”. Sagan se refería a los átomos, que son elemento del todo. Todo lo sólido, lo líquido y lo gaseoso, se constituye de átomos, pero la metáfora es precisa y preciosa; el universo lo es todo, tiene todas las respuestas, todos los procesos, toda nuestra vida completamente codificada, todas nuestras circunstancias de alguna manera ya predichas. Para mí, parafraseando un poco a Sagan e interpolando un poco los contextos; cuando la vida se pone difícil, para estar en control de ti mismo debes primero -leer- el universo, cuándo nos supera la vida, cuando nos sume la consternación, hay que leer el universo, entender el orden que reside en lo caótico, y hay que procurar la neutralidad, como el lugar desde donde viajamos por el cosmos. 

En conclusión, lo nuestro siempre será vivir cual estrella mediana, quemando combustible gradualmente y muriendo en paz. Neutral, cuál planeta tierra alejado de temperaturas extremas; no necesitamos excesiva consternación, tampoco excesiva indiferencia frente a la vida, no necesitamos bárbaros sufrimientos si distribuimos los sentimientos con la imparcialidad que nuestra madre estrella nos enseña. Y así bien, cuando la vida se pone difícil, para estar en control de ti mismo debes primero -leer- el universo, ser el centro del centro del centro; seguir tu clarísimo camino en el cosmos. 

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