Tierra de Dioses.

En cualquier rincón de Asia, desde el enclave más remoto y azotado por el viento de la cima de una montaña hasta la megalópolis más frenética, se puede oír el eco de las oraciones. El canto en falsete de un muecín surge de un sublime minarete de mármol en Yemén; las campanas repiquetean en el interior de una diminuta iglesia de un pueblo de Filipinas; los sonidos de los tambores brotan de un templo en medio del ajetreo de Bangkok; la salmodia de un monje tibetano vestido de color azafrán resuena en las laderas del Himalaya. Un torbellino de credos y colores, símbolos y ceremonias, sacerdotes y patriarcas, rabinos, granthis y sadhus, hacen de éste el continente más manifiestamente religioso y, quizá por ello, también el más turbulento.
Si se echa un vistazo al panorama religioso del mundo, se hace evidente que Asia es la tierra de los dioses, el continente que ha desempeñado el papel más importante al moldear las principales religiones que se practican en la actualidad. El cristianismo se lleva el trozo más grande del pastel, con unos 2.100 millones de fieles, lo que equivale al 33% de la población del planeta. Y aunque sus grandes bastiones no están en Asia, en el sudeste del continente tiene importantes fieles. Filipinas, con una población de casi 90 millones, y la minúscula y devastada región de Timor Oriental, con tan solo 1 millón de habitantes, son mayoritariamente cristianas, herencia de los misioneros y navegantes españoles y portugueses del s. XVI. Las raíces de la religión, naturalmente, se encuentran muy escondidas en el subsuelo asiático, bajo las verdes pasturas y los lagos cristalinos de Galilea y las antiguas piedras de la bella, provincial y agitada Belén. 
La siguiente religión más importante es el islam, con 1.400 millones de seguidores, un poco más del 20% de la población mundial. El baluarte actual de éste credo, que llegó al sudeste asiático a lomos del comercio entre los ss. XII y XV por obra de los mercaderes árabes e indios, es Indonesia, la nación más grande de mayoría musulmana, dónde dominan las mas de 18.000 islas que comprenden el archipiélago. Pakistán y Bangladés son el segundo y tercer país más grande dominado por el islam, como resultado de la partición de India en 1947, que provocó que millones de musulmanes se desplazaran hacia el oeste, entre el caos y la violencia, y que millones de hindúes emigraran al este. Los orígenes asiáticos del islam se sitúan en el s. VI, en lo que actualmente es Arabia Saudí. Allí se conservan hoy día dos de las ciudades más reverenciadas del mundo y, paradójicamente, más restringidas: La Meca, en el sudoeste del país, y Medina, más al norte.
El tercer de los grandes credos monoteístas es el judaísmo, que cuenta con un 0,23% de fieles entre la población mundial. Quedan minúsculos reductos de ésta fe dispersos en Asia: en Irán, India, y las antiguas repúblicas soviéticas de Kazajistán, Tayikistán y Uzbekistán. El relativamente joven y muy ambicioso estado de Israel, fundado en 1948, acoge a casi la mitad de los 12 millones de judíos del mundo. En contraste con la juventud del estado judío, el linaje de ésta religión es el más antiguo del triunvirato monoteísta, remontándose más de 3.000 años, a los tiempos del patriarca bíblico, Abraham, quien los judíos creen que fue elegido por Dios como padre fundador de su raza.
Los puntos desde los cuales se cree tradicionalmente que surgieron estas religiones hermanas, aunque frecuentemente en conflicto, forman un triángulo compacto, casi equilátero situado en el centro del continente. Este triángulo está salpicado con lugares de inmensa importancia simbólica, a veces para solo dos de los tres credos; a veces, para todos ellos. Los restos de la antigua ciudad sumeria de Ur se encuentran en la esquina inferior derecha del triángulo. Conocida antiguamente con ese nombre por los caldeos, formó parte de Mesopotamia, cerca de la confluencia de los ríos Tigris y Éufrates. Se cree que aquí nació Abraham al rededor de 1900 a.C. Esta figura, puente entre el judaismo y el cristianismo, aparece no sólo en Torah y en el Antiguo Testamento, si no también en el Corán, con el nombre de Ibrahim, un patriarca bendecido por Dios que fundó la nación árabe a través de su hijo Ismael.
Ur, o Tell al-Muqayyar como se conoce en la actualidad, está situada en el sudeste de Iraq, unos 320 Km al sur de Bagdad, lo que lo convierte en un lugar bastante inaccesible para los viajeros. Desde la invasión estadounidense del país en 2003, los antiguos yacimientos de Ur han sido custodiados por las fuerzas de la coalición y, en teoría, están abiertos a los visitantes. No se ha encontrado nada en este inhóspito paisaje desértico que pruebe la existencia real del gran patriarca. Gracias a algunos restos de cerámica encontrados cerca del imponente Gran Zigurat, se han podido obtener pistas de como podía haber sido la vida en esta gran ciudad. El Gran Zigurat, un templo escalonado construido en el s. XXI a.C. en honor del dios de la luna Nanna, es quizá una de las estructuras de este tipo mejor conservadas del mundo. Desde Ur, Abraham se dirigió supuestamente a Canaán, y luego a la Tierra Prometida. 
La Meca se encuentra en el lado opuesto del triángulo, en el extremo inferior izquierdo. Fue el lugar de nacimiento del profeta Mahoma, el fundador del islam, que vio la luz en el seno de una familia pobre de la tribu quarysh aproximadamente en 569. Según la tradición islámica, Mahoma no recibió la primera llamada de Dios hasta los 40 años. Incluso antes de las revelaciones de Mahoma, La Meca ya era un gran centro de peregrinaje debido a la presencia de Kaaba, la piedra negra que, ya en la tradición posterior del islam se considera un sepulcro sagrado construido por el mismísimo Ibrahim. En la actualidad, las inmediaciones de la Kaaba siguen siendo el lugar más sagrado de los musulmanes de todo el mundo: es la dirección hacia la que los devotos apuntan cinco veces al día para recitar sus plegarias y el lugar al que todo musulmán está obligado a peregrinar al menos una vez en su vida, según el Arkam-al-islam, los cinco preceptos básicos de ésta religión.  

La Kaaba, una gran piedra de granito con forma de cubo cubierto con un manto de seda bordado (quizá un antiguo fragmento de meteorito), se encuentra en la inmensa Masjid al-Haram (Mezquita sagrada). Con la inauguración del régimen Saudí a principios de s. XX, el edificio se ha ampliado y ornamentado; se cree que la mezquita es la representación de la casa de Dios en el cielo. 
La Meca actual, en contraste con los restos de la antigua Ur, es un destino turístico de primer orden, donde hay desde hoteles de lujo (algunos llegan a costar 500 US$ por noche), hasta hostales muy sencillos diseñados para acomodar el flujo anual de más de tres millones de peregrinos. La Meca permanece prohibida a los no musulmanes, e incluso se realizan controles policiales para evitar cualquier filtración. Pocos no musulmanes han conseguido colarse en el corazón de la ciudad prohibida; entre ellos se encuentra el aventurero británico del s. XIX Sir Richard Burton, quién accedió a ella en 1853, aunque antes debió circuncidarse como parte de sus elaboradas preparaciones para evitar ser desenmascarado. 
El tercer punto del triángulo es Belén, situada en la conflictiva Cisjordania, en los territorios palestinos ocupados por Israel. La ciudad donde nació Jesús según el Nuevo Testamento es en la actualidad un lugar lleno de penuria y sufrimiento. Aprisionada tras el enorme y controvertido muro de seguridad construido por el Estado hebreo, la iglesia y la gruta de la Navidad (según la tradición, el lugar donde se encontraba el portal de Belén), la plaza Manger y la calle de la Estrella vieron en su día llegar cientos de autobuses turísticos. Ahora, las tranquilas calles adoquinadas y las plazas de Belén acogen a pocos peregrinos y aún visitantes internacionales. Las tiendas de recuerdos y los restaurantes están cerrados; los hoteles, excepto los días señalados de Semana Santa y Navidad, registran índices de ocupación muy bajos. No obstante, para los visitantes que logran llegar a Belén, la bienvenida de los Palestinos resulta muy cálida, a pesar de su inestable presente y de su incierto futuro. 
Al norte de Belén se encuentra la ciudad que aglutina mejor que ninguna otra las enormes tensiones existentes entre las tres grandes religiones. En Jerusalén, el mítico y disputado monte del Templo, el al-Haram al-Sharif, es el lugar más sagrado de la tierra para los judíos y el segundo en relevancia sacra para los musulmanes. Para estos últimos, es el lugar desde donde Mahoma ascendió a los cielos a lomos de un caballo blanco. Para los judíos, es el lugar donde se levantaba el templo de Jerusalén (tanto el primero, el de Salomón, como el segundo, el que estaba en pie en tiempos de Jesucristo) y donde se producirá la redención cuando llegue el Mesías. La mezquita del al-Aqsa es el tercer lugar más sagrado del islam y era antaño la dirección hacia la que los musulmanes rezaban, antes de que el dogma impusiera hacerlo en dirección a La Meca. El muro de los lamentos es uno de los pocos restos que quedan en pie del segundo templo de Jerusalén y es el emplazamiento más sagrado del judaísmo. A la vuelta de la esquina, la Vía Dolorosa fue el escenario del Via Crusis de Jesús camino a Gólgota, y la iglesia del Santo Sepulcro aún contiene la sepultura donde descansó su cuerpo tras la Crucifixión. A simple vista puede parecer sorprendente que las tres religiones compartan sus más importantes lugares simbólicos en una zona tan restringida, pero no es si no una prueba más de la genealogía común y de las innumerables semejanzas de los grandes credos monoteístas. 
Cinco mil kilómetros al este por la extensa geografía asiática, el viajero llega al territorio de otras dos poderosas religiones autóctonas, enraizadas con fuerza al socaire del monoteísmo de Oriente Medio y del sudeste asiático. Entre uno y otro se extiende la tierra que vio nacer el hinduismo y el budismo. El mayor de ambos, el hinduismo, también es el más antiguo; sus escritos sagrados, los Vedas, que forman la piedra angular de su fe, fueron compuestos en sánscrito aproximadamente entre 1300 y 1000 a.C. El hinduismo es profesado en la actualidad por más de mil millones de fieles, un 13% de la población mundial. Su epicentro nunca se ha desplazado mucho de sus orígenes, la enorme y compleja tierra de India. Se cree que la génesis de esta religión comenzó en las tribus arias nómadas de las estepas del centro de Asia, las cuales llevaron la tradición védica a India. Sus creencias y costumbres rápidamente se mezclaron con las prácticas animistas y chamanísticas de las tribus aborígenes, la veneración del espíritu de la naturaleza de los dravidios del sur, y el culto a la diosa madre de los sofisticados indios de la civilización Harappa en el noroeste. De esta embriagadora mezcla nació el hinduismo. A diferencia del islam, el cristianismo y el judaísmo, el hinduismo no reverencia a una única deidad o figura histórica clave; por el contrario, tiene un enorme panteón de dioses (algunos estudiosos hablan de unos 300 millones). Todos ellos representan algún aspecto de Brahman, lo Absoluto, el fundamento omnipresente del universo. 
La flexibilidad en la adoración a un dios o a varios, junto con énfasis en el culto individual en lugar de en el colectivo, hacen del hinduismo una de las religiones más personales, intensas y dinámicas de la Tierra.
Quien viaje a la antigua Varanasi (Benarés), en las orillas del sagrado río Ganges, experimentará el hinduismo en su completo esplendor, en especial durante el festival de primavera de Holi. Estar allí significa quedar cegado por el color, literalmente, pues los participantes lanzan polvos tika de colores, mientras un cúmulo de festividades consume la ciudad. Otra alternativa es asistir al Kumbh Mela, la mayor congregación religiosa sobre la faz de la Tierra. Esta enorme celebración atrae a decenas de millones de peregrinos hindúes, incluidos los mendicantes nagas (santones que suelen ir desnudos). El Kumbh Mela no pertenece a una determinada casta o credo; participan devotos de todas las vertientes del hinduismo.
Los origenes del festival se remontan a la batalla por la supremacía entre el bien y el mal. Según la mitología hindú de la creación, los dioses y los demonios libraron una batalla por un kumbh (cántaro) que albergaba el elixir de la inmortalidad. Visnu se apoderó del recipiente y desapareció, pero en la huida se derramaron cuatro gotas sobre la tierra; en Allahabad, Haridwar, Nasik y Ujjain. Las celebraciones del Kumbh Mela se convocan cada 12 años en estas cuatro ciudades.
Veranasi, la ciudad aún habitada más antigua del mundo, también alberga un templo-satuario en honor a Kashi Vishwanath, encarnación de Siva, el dios preservador del universo. La propia Benarés es un importante centro de peregrinaje hindú. Bañarse en sus ghats purga los pecados y puede ayudar a romper el ciclo de reencarnaciones, el samsara.
Al norte de Varanasi se halla el lugar de nacimiento de la cuarta religión más grande del mundo, seguida en la actualidad por casi un 6% de la población, un total de 600 millones de personas; el budismo. Este credo se originó con la iluminación de un rico príncipe, Siddhartha Guatama, más tarde conocido como Buda, que nació en 536 a.C. en el seno de una familia poderosa de Lumbini, en la actual Nepal. Desde las enseñanzas iniciales de Buda, basadas en el hinduismo y en el moderado “camino medio” como forma de alcanzar el nirvana, el budismo se dividió en tres ramas principales, todas ellas presentes por toda Asia. El budismo theravada, con sus escrituras en pali, una antigua lengua emparentada con el sánscrito, se practica en Tailandia, Camboya, Sri Lanka, Laos y Myanmar; el budismo mahayana es mayoritario en Vietnam, Japón, Corea del Sur y en la, oficialmente, atea China. Quizá la forma más conocida del budismo para los occidentales sea el budismo tibetano o vajrayana, liderado por el dalái lama y practicado en el norte de India, Nepal y Mongolia. 
En el lugar exacto del norte de India donde Buda alcanzó la iluminación bajo un árbol de Bo (Ficus religiosa o higuera de la India), se emplaza hoy el templo de Mahabodhi, en Bodhgaya. Los peregrinos acuden en tropel hasta éste lugar, el más importante de los cuatro sagrados del budismo. Tiene importancia también para los hindúes, pues creen que Buda fue la novena encarnación de Siva. A diferencia de muchos otros centros de peregrinaje del mundo, los budistas, a semejanza de la propia religión, suelen ser sobrios. Junto a Bodhgaya, Lumbini conserva un aire de ciudad pequeña y provinciana, excepto por su basar turístico. Los peregrinos que acudan a la ciudad pueden admirar también el gran pilar de Asoka, erigido después de 300 años del nacimiento de Buda por Asoka el Grande, tercer soberano de la dinastía Maurya, quien convirtió el budismo en religión oficial del imperio. De los cuatro grandes destinos de peregrinajes budistas, solo Lumbini se encuentra en Nepal: Kushinagar, dónde murió y fue incinerado Buda, y Sarnath, el parque de ciervos donde realizó sus primeras enseñanzas, se encuentran en el norte de la India, la última cerca de Varanasi.
En cualquier viaje por Asia es probable que el viajero se encuentre con un lugar sagrado de al menos una de las grandes religiones del mundo. A pesar de su evolución posterior, todas ellas siguen siendo, en escencia, asiáticas. Sus ramas y variaciones son numerosas; los puntos (geográficos, teológicos y filosóficos) en los que coinciden, se mezclan y difieren, también son muchos. Algunas religiones asiáticas como el sijismo, con su fortaleza punjabí y su centro de peregrinaje en el glorioso Templo Dorado de Amritsar, siguen estando relativamente asiladas y diferenciadas, aunque las raíces de la fe sij también están inextricablemente unidas a la de los credos vecinos. Otras, como las religiones tradicionales chinas que mezclan taoísmo, confucianismo y budismo, son cada vez más conocidas. Con una presencia tan palpable de la religión en todo el continente, y con el gran Himalaya con las cimas más altas del planeta, es probable que incluso los viajeros más descreídos se topen con una intensa y irresistible vivencia de lo sagrado. 

Amelia Thomas.

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