La fatalidad anda en limosina.

El siguiente es un escrito de Enrique Congrains Martin, escritor chileno. Es el prólogo a “El asesinato de Kennedy. O la fatalidad anda en limosina” de su Expediente Negro tomo II. Lo leí por primera vez a las 12 años, y nunca dejó mi mente; en esencia este pequeñísimo extracto, fundó mi deseo de querer aprender a manejar el arte de las palabras.



¡Ser apreciado, vender la imagen! Esta se ha convertido en una de las mas difundidas e intensas ambiciones contemporáneas. Sin embargo, si nos pusiéramos a definir la popularidad, llegaríamos a la conclusión de que es el arte de atraer los odios más furibundos de los sectores más diversos.

No. No se trata de un sofisma, de una paradoja de salón. La popularidad implica convencer, interesar, rebatir, discutir, incluso a veces, actuar. En un mundo tan complejo como el nuestro, estos verbos sólo se pueden conjugar a favor y en contra de alguien o algo. Por eso, el hombre popular siempre está, aún a su pesar, pisoteando intereses, tradiciones, formas de ser y susceptibilidades arraigadas.

Pero hay más. El líder, de quien está pendiente la opinión y a quien los grandes medios de comunicación maquillan y adornan, tiene la imagen inequívoca del triunfador nato. Da la impresión de que consigue lo que quiere. Nada en abundancia. Se mantiene rodeado por mujeres hermosas -de aquellas que con solo una sonrisa pueden justificar una existencia-, da órdenes y está envuelto en un tangible halo de autoridad. Si comete una infracción de tránsito, no irá a la cárcel, pues lo más probable es que el agente de turno le sonría todo tembloroso y le pida un autógrafo. Un tipo de estos, naturalmente, siempre tiene algo de malicioso y repelente para todos nosotros, los simples mortales. Y para un pequeño grupo de personas -La clase de gente que que jamás saca un número en la lotería y cuya mujer se queja de insatisfacción sexual- la sola existencia del prototípico 'superastro' puede llegar a convertirse en una espina a la garganta.

La conclusión es inevitable. Si quiere llegar a viejo, ser relativamente feliz y no tener demasiados enemigos, evite la adoración de sus semejantes.

La popularidad es una enfermedad... muy parecida al cáncer. Y, como el cáncer, puede producir la muerte.

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